25/1/08

Volvieron las libélulas

Tardaba mucho. Ella tardaba tanto que la visión de él sufría una especie de paro respiratorio. Y su respiración, uno cardíaco. Y el corazón apenas latía, como siempre a ciegas. Como cuando ella tardaba.

La luz desvanecía y el libro que debía ser salvador, se convertía en un monstruo que lentamente abría su enorme mandíbula llena de dientes en forma de letras, listos para masticarlo. Los autos que pasaban eran meteoritos vivientes que rugían en complicidad con el libro monstruo y trataban de fulminarlo con los rayos lumínicos que salían de sus malévolos ojos delanteros y traseros.

Ella aún no llegaba. Todo empeoraba.

Inesperadamente se escuchó un agudo sonido de alerta. El libro volvió a ser libro, los meteoritos autos y por un momento de nuevo todo fue lo que solía ser. Era un mensaje anunciando que ella pronto aparecería. En ese momento la sonrisa en él dio fe del vuelo de las libélulas en su estómago.

Pero ella volvió a tardar. Otro par de minutos o segundos, no se sabe. Ni tampoco importa. Tardó de nuevo lo suficiente como para que volvieran los horrores de la espera y reapareciera la monstruosidad, pero esta vez con más fuerza, como suele reaparecer la impaciencia cuando se encuentra al borde de sí misma.

La suerte estaba echada. La oscuridad terminaba de inmovilizarlo. Y en ese momento ella, por fin apareció. Hermosa. ¡Salvadora! Y aniquiló con su paso presuroso, toda horrible bestia de impaciencia que hubiera osado permanecer tras el fin de la demora.

Y ella, con su sonrisa divina, lo revivió. Y le curó las ansias. Lo besó. Y por millones, volvieron las libélulas.