4/5/07

Fontanería

Trilogía autodidáctica

Advertencia: es posible que las siguientes situaciones presenten similitud con personas o circunstancias que no necesariamente tienen que ver con la fontanería. En esa eventualidad se recomienda considerar dicha coincidencia como obra de la causalidad (no de la casualidad).



I. Detección y reparación de una fuga

Se hacía un charco que parecía tener su origen en alguna fuga de la ducha. Luego apareció una especie de caminito de agua que chorreaba a un lado de la cisterna del inodoro y entonces en ese momento se descartó que el charco proviniera de la ducha. Parecía que el grifo dentro del tanque estaba demasiado abierto, por lo que se procedió a ajustar los puntos de cierre del agua y la altura de la boya. No obstante, la duda persistía, porque realmente ese caminito era muy pequeño -apenas unas gotitas que no llegaban siquiera a ser un chorrito- como para causar el misterioso charco, que era de cierto tamaño.

Luego se descubrió humedad y goteo en la parte de abajo de la cisterna, justo donde entra la manguerilla del agua limpia para el llenado del tanque. Por ello, se hizo otro ajuste: socar por ambos lados (adentro y afuera) el tornillo del grifo, teniendo el cuidado de no apretarlos demasiado, porque el grifo es plástico y los empaques muy fáciles de romper. Pero el goteo persistía. Entonces se cambió la manguerilla que lleva el agua limpia a la cisterna. Para ello, primero hubo que cerrar la llave de paso, luego quitar la manguerilla vieja, después eliminar de la rosca los residuos del teflón antiguo y entonces, colocar el nuevo teflón procurando enrollarlo de modo que quedara bien compacto y lo más parejo posible para, finalmente, poner la nueva manguerilla. Claro, había que socar, pero de nuevo, con el cuidado de no excederse.

Después del cambio el charco desapareció, o sea que en efecto era una fuga en la manguerilla, que por lo visto ya estaba resquebrajada en uno de sus extremos. Durante varios días se dejó puesta la palanganilla plástica debajo de la manguerilla sólo por si resurgía el charco o aparecía un nuevo goteo… pero hasta la fecha, no hay charco ni goteo.

Descubrir por dónde se derrama el agua que fluye, no siempre es fácil. Pero con paciencia, algo de observación y cuidados, es posible dar con la fuga y lograr que quede bien reparada.



II. Procedimiento desatorador

Primero hubo que comprar líquido desatorador de desagües. Es que ya eran muchos días sin que el agua bajara con fluidez; más bien se quedaba empozada como pensando “¿bajo o no bajo?”. Y es que el problema de que el agua ya utilizada no quiera irse, es que queda ahí con todos los residuos de jabón, pasta de dientes o cualquier otra cosa que haya lavado y, la verdad, resulta desagradable.

El envase del desatorador parecía ser pequeño, es decir que el líquido que contenía parecía ser insuficiente. “Utilice guantes” advertía la etiqueta. Así que, desde el acto mismo de destapar el envase, los guantes estuvieron puestos. El supuesto “sello” bajo la tapa de rosca, estaba casi deshecho. En otras palabras, no sellaba nada! Pero bueno, por dicha el envase no volcó en ningún momento, ni siquiera con la tapa puesta. El punto es que el dichoso sello casi deshecho, terminó saliendo por pedazos y, en lo que vendrían siendo las yemas de los dedos, los guantes quedaban ennegrecidos con un poco del líquido desatorador. Y justo ahí, se sentía caliente. De verdad que ese líquido podía quemar!

“Viértase lentamente”, corroboró la etiqueta. Y así se hizo. Y desde las primeras gotas vertidas, se escucharon ruidos como de algo disolviéndose explosivamente en las oscuras profundidades de ese tubo de desagüe. Luego salió un vaporcillo blancuzco y maloliente y, en ese preciso momento, volvió a la mente la instrucción aquella de “viértase lentamente”. Claro! Era obvio el por qué! Tras una pausa de unos segundos –en la que el tubo nunca dijo “ya” ni tampoco “ya no más”- se vertió otro chorrito de desatorador que, lógicamente fluyó por el desagüe pero esta vez sin ruidos ni vaporcillo blancuzco maloliente.

Aún quedaba la mitad del contenido en el envase del desatorador, pero por lo visto ya no era necesario echar más, así que se colocó nuevamente la taparrosca y se procedió al almacenamiento del envase. Luego de esperar unos minutos, se abrió la llave de agua muy lentamente –sólo por si acaso, porque la verdad es que en la etiqueta no había ninguna indicación al respecto- y tampoco hubo ruidos, ni vaporcillos malolientes, pero el agua... por fin bajaba! Por lo visto, lo de “viértase lentamente” había funcionado y, curiosamente, sólo había sido necesaria la mitad del desatorador contenido en el envase.

A veces las cosas se desatoran más fácil de lo que se piensa y con menos desatorador del que se creía necesario. Además es muy importante seguir las indicaciones y extremar las precauciones para que, un simple procedimiento para desatorar, no acabe provocando daños irreparables en las tuberías –lo que obligaría a cambiarlas- ni dolorosas quemaduras en las manos.



III. Qué hacer (o no) si se daña la llave de agua fría

Llegó un momento en el que la llave de agua fría no cerraba del todo. Ya no cesaba el goteo ni siquiera apretándola con toda la fuerza posible. Entonces, para evitar el desperdicio, había que cerrar la llave de paso, condenando así a la inutilidad a esa pobre llave de agua fría –la que más se utilizaba-.

Pero eso trajo consigo varias consecuencias. Una de ellas fue que se le recargara el trabajo a la llave de agua caliente. Otra, fue que después de una ducha con agua caliente o tibia, era necesario primero ir a apagar el calentador y luego dejar salir toda el agua caliente remanente en el tanque. Esto, para poder abrir la única llave disponible y funcionando en el lavatorio, sin que el agua que saliera estuviera hirviendo.

Claro que también había otras opciones. Una, era simplemente no usar el lavatorio. Otra, quizá más descabellada, era esperar por varias horas a que el agua que quedaba en el tanque, se enfriara lo suficiente como para que no quemara. Pero no cabía duda de que la opción más apropiada en cualquier caso, seguía siendo reparar la llave de agua fría. Así que eso fue lo que se hizo.

Primero, se intentó reparar mediante la sustitución del empaque. Pero eso no solucionó el problema pues, con todo y empaque nuevo, la llave continuaba sin cerrar completamente. Eso significaba que había cambiar toda la pieza, tal y como se hizo finalmente. Así, quedó cerrando bien.

Por suerte, pese a la recarga de trabajo, la llave de agua caliente siguió cerrando bien, quizá porque nunca se socó más de la cuenta, ya que el daño en la de agua fría de una vez sirvió como ejemplo de lo que pasa cuando, innecesariamente, esas llaves se socan demasiado. Ahora no hay goteos, ni quemaduras por olvidar apagar el calentador, se ahorra agua y se evita la incomodidad de apagar y cerrar algo antes de poder usar.

Una reparación oportuna puede evitar una cadena de acciones tediosas y poco prácticas que además, ni en un millón de años, harán que una pieza dañada de pronto resulte reparada. Por otro lado, aunque una cadena de acciones tediosas sea una buena solución temporal, al cabo del tiempo puede también provocar que se dañe otra pieza que funcionaba correctamente. Siempre es mejor encontrar y reparar lo antes posible el daño original.